La naturaleza de tu mente

Lectura en SoundCloud

Sin importar cómo respondo la pregunta de quién soy, siempre me quedo corto. Si pienso en mis raíces mestizas y la historia de mis antepasados, me quedo corto. El mecanismo de selección natural no me contiene. Entender los procesos físicos que dieron como resultado los átomos que conforman mi cuerpo, tampoco. Ninguna narrativa que pueda crear sobre quién soy para mis amigos, o para mi familia, o mis comunidades, o el mundo, llega ni a tocarme. Lo que soy va más allá de todo eso. Más allá incluso que de mi cerebro.

Si queremos entender el mundo, hay que darnos cuenta que todo lo que podemos llegar a conocer es nuestra propia mente, que configura y limita todas nuestras interacciones. En su libro The Case Against Reality, Donald Hoffman parte de esta premisa para desarrollar una explicación de las imágenes que obtenemos de los objetos del mundo a través de nuestros sentidos.

De ahí nace la teoría de la interfaz, que dice que la forma en que nuestro cerebro nos presenta la realidad es de la misma naturaleza que los íconos que ves en la pantalla de tu computadora. Sabemos que la computadora nos presenta una forma simplificada para interactuar con la información altamente compleja que manejamos. Si tuviéramos que entender cómo funcionan los circuitos integrados para poder entrar a twitter, nadie lo haría.

De la misma forma, nuestro cerebro nos presenta una interfaz que nos permite interactuar con la realidad, pues de otro modo su alta complejidad haría imposible determinar las acciones apropiadas para cada circunstancia. 

No conocemos al mundo, sino a la interfaz. Sabemos, incluso, que el tiempo y el espacio no son fundamentales para la realidad y que son proporcionados por nuestro cerebro para navegar esta interfaz. Kant lo probó hace más de doscientos años en su Crítica a la razón pura, donde dice que el tiempo es «una condición meramente subjetiva de nuestra intuición humana que fuera de la mente o el sujeto, es nada», y el espacio «no es una concepción que se haya derivado de las experiencias externas». Es decir, no encontramos al tiempo y al espacio en el mundo, sino que son cualidades que nuestra mente le otorga para hacer sentido de nuestra experiencia.  

Por otro lado, los físicos cada vez más se dan cuenta de que, con lo que sabemos sobre cómo funciona la mecánica cuántica, podemos obviar tanto el tiempo como el espacio.  En su libro Reality is Not What It Seems, Carlo Rovelli hace un recuento de cómo ha cambiado nuestra comprensión del mundo a través de la ciencia, y culmina con una explicación de uno de los intentos más sólidos por integrar la mecánica cuántica y la relatividad general. A esta teoría se le llama gravedad cuántica de bucles y aunque no vamos a explicarla aquí, podemos hablar de un punto importante para la teoría: no utiliza los conceptos de tiempo ni espacio. 

Para entender por qué, hay que recordar que Einstein mostró hace un siglo que «no podemos separar al tiempo y al espacio, debemos pensarlos como un continuo espacio-tiempo». Si tomamos eso junto con lo que dijo sobre cómo el tiempo y el espacio son formas en que pensamos, y no condiciones en las que vivimos, podemos ver que si quitamos a uno, debemos quitar a ambos,

El espacio como contenedor amorfo de objetos desparece de la física con la gravedad cuántica. Las cosas (cuanta) no habitan el espacio, residen unas sobre otras, y el espacio es producto de sus relaciones. Conforme abandonamos la idea del espacio como un contenedor inerte, de forma similar debemos abandonar la idea del tiempo como un flujo inerte que la realidad desdobla. Justo como desaparece la idea del continuo espacial conteniendo objetos, también lo hace la idea del continuo temporal durante el cual los fenómenos ocurren (Rovelli).

Entonces, si el continuo espacio-temporal no es fundamental para nuestra experiencia, ¿qué sí lo es? A fin de cuentas, todo lo que percibimos está en el espacio-tiempo, entonces nada de lo que entra a través de nuestros sentidos puede ser fundamental. Si el espacio-tiempo está condenado, también los objetos físicos. Según Hoffman, la clave está en nuestra mente,

En suma, el espacio-tiempo no es un anfiteatro antiguo que fue construido mucho antes de que existiera la vida. Es una estructura de datos que creamos para registrar y capturar recompensas de supervivencia. Los objetos físicos como las peras o los planetas no son utilería del escenario ancestral que han estado mucho antes de que la consciencia entrara en escena. Son estructuras de datos de nuestra creación. La forma de las peras es un código que describe la recompensa de supervivencia y sugiere acciones para ingerirla. Su distancia codifica mis costos energéticos para alcanzarla y tomarla.

Todo lo que vemos es creado por nosotros para proveernos de una forma fácil de acceder a la realidad y tomar decisiones. Eso no significa que lo que vemos no existe. Significa que no tenemos acceso al mundo consciente que habita más allá de nuestra interfaz,

Conforme nuestra vista pasa de un mono a un gato, luego a un ratón, a una hormiga, a una bacteria, un virus, roca, molécula, átomo y quark, cada ícono sucesivo que aparece en nuestra interfaz nos dice menos y menos acerca de la eflorescencia de la consciencia detrás del ícono. De nuevo, «detrás» en el mismo sentido que un archivo está «detrás» de su ícono en el escritorio. Con una hormiga, nuestro ícono revela tan poco, que incluso Jane Goodall no podría, sospechamos, tocar su mundo consciente. Con bacterias, la pobreza de nuestro ícono nos hace sospechar que no hay, de hecho, tal mundo consciente. Con rocas, moléculas y quarks, nuestra sospecha se vuelve casi certidumbre. No es de sorprenderse que encontremos el fisicalismo, con sus raíces en la base inconsciente, tan posible.

Hemos caído. Hemos confundido los límites de nuestra interfaz por entendimiento de nuestra realidad. Nuestra percepción y memoria son limitadas. Pero somos parte de una red infinita de agentes conscientes cuya complejidad excede nuestras capacidades finitas. Así que nuestra interfaz debe ignorar todo excepto una parte de esta complejidad. Para esa parte, debe utilizar sus capacidades juiciosamente. Más detalle aquí, menos acá, casi nada en otro lado. Eso explica nuestro declive de entendimiento cuando cambiamos nuestro enfoque de un humano a una hormiga a un quark. Nuestro declive de entendimiento no debe ser confundido por un entendimiento del declive, una pobreza objetiva inherente a la realidad objetiva. El declive está en nuestra interfaz, en nuestra percepción. Si lo externalizamos, lo anclamos a la realidad. Así montamos, con esta errónea reificación, una ontología fisicalista.

El realismo de consciencia ancla el declive a donde pertenece, a nuestra interfaz, no a una realidad inconsciente objetiva. Aunque cada ícono sucesivo, en la secuencia de humano a hormiga a quark, ofrece una vista cada vez más tenue del mundo consciente que yace detrás, esto no significa que la consciencia misma sea cada vez más tenue. La cara que veo en el espejo, siendo un ícono, no es en sí misma consciente. Pero detrás de ese ícono, sé de primera mano, florece un mundo de experiencia consciente. De la misma manera, la piedra que veo en el río, siendo un ícono, no es consciente ni habitada por consciencia. Apunta a un mundo de experiencia consciente no menos vibrante que el mío. Sólo más oscurecido por las limitaciones de mi ícono. Tal limitación es de esperarse en la percepción de cualquier criatura finita enfrentándose a una realidad que, a comparación de sí misma, es infinitamente compleja (Hoffman).

La realidad entera está compuesta de la misma naturaleza que tu mente. No es tu cerebro, pues sabemos que ese es sólo otro ícono en tu interfaz. No son tus pensamientos, que aunque internamente, también constituyen sólo otra experiencia en la interfaz. Tu mente es lo que experimenta y tiene la capacidad para actuar en el universo. En su libro The Origin of Consciousness, Rupert Spira hace uso de las enseñanzas no-duales para explicar cómo tu mente está en la base de todas las experiencias, pero nunca es cambiada por ellas,

Nada le sucede a [tu mente] con la que toda la experiencia es conocida. No es mejorada ni disminuida por lo que conoce o experimenta. Cuando un sentimiento de angustia aparece, nada es agregado a [tu mente] con la que la angustia es conocida. Cuando la angustia se va, nada le es quitado. Si algún pensamiento, sentimiento, sensación o percepción fuese idéntica a nuestra esencia natural de conocimiento puro, entonces cada vez que un pensamiento, sentimiento, sensación o percepción desapareciera, podríamos sentir una parte de nosotros desaparecer también. De hecho, si el pensar, sentir o percibir fuese inherente a la naturaleza esencial de la mente, no sería posible que un pensamiento, sensación o percepción apareciera, porque lo que es esencial a la mente debe siempre estar presente dentro de ella, tal como es. Por lo tanto, la esencia natural de la mente no aparece o desaparece; no tiene principio ni fin. No nació y no va a morir (Spira).

Esa misma propiedad que tiene tu mente, la tiene toda la realidad. Nuestra ciencia ha avanzado a tal punto, que hemos confirmado de forma experimental que hay ciertos fenómenos que simplemente no podemos predecir. No por falta de tecnología o conocimiento, sino porque la realidad misma no nos lo permite. Es impredecible. Esa misma propiedad la tienen los demás animales, las plantas, los microbios, e incluso los electrones,

¿Tiene algún significado decir que un electrón «elige» saltar de la forma en que lo hace? Obviamente no hay forma de probarlo. La única evidencia que podríamos tener (que no podemos predecir lo que el electrón va a hacer), la tenemos. Pero no es una prueba concluyente. Aún así, si una quiere una explicación materialista del mundo que sea consistente, es decir, si una no quiere tratar a la mente como una entidad supernatural impuesta en el mundo material, sino simplemente como un proceso de organización más complejo de lo que ya ocurre, en cada nivel de la realidad, entonces tiene sentido que algo al menos un poco similar a la intencionalidad, algo al menos un poco similar a la experiencia, algo al menos un poco similar a la libertad, tendría que existir en cada nivel de la realidad física (Graeber). 

Si la idea de que un electrón comparte la misma naturaleza que la de tu mente suena descabellada, creo que es normal. Comúnmente asociamos a nuestras mentes con nuestras capacidades cerebrales más altas. Por eso voy a enfatizar el punto de que los electrones no pueden pensar en el mismo sentido que tú piensas cuando utilizas tu cerebro. No tienen capacidad para lenguaje, o matemáticas, o de memoria como tú la experimentas. De nuevo, tu mente no es tu cerebro.

Si queremos ir un poco más lejos y tomamos la idea de Hoffman de que dos agentes conscientes tienen las mismas propiedades que un solo agente consciente, y lo expandemos a todo el universo, podemos interpretar su caos total e indescriptible, como un único agente consciente. Todo el universo es una sola mente.

Lo más interesante de este tema, para mí, es que aunque la forma en que lo acabo de explicar es nueva, y apenas este milenio comenzamos a conectar los puntos cruciales a través de investigaciones científicas, esta misma idea ya se ha tenido antes. Este es el maestro Zen HuangBo, que murió en China en el año 850 d.C.,

Todos los budas y todos los seres sentientes no son nada mas que la Mente Una, fuera de lo cual nada existe. Esta Mente, que es sin principio, es no-nacida e indestructible. No es verde ni amarilla, y no tiene forma ni apariencia. No pertenece a las categorías de las cosas que existen o que no existen, ni puede ser pensada en términos de viejo o nuevo. No es larga ni corta, grande o pequeña, porque trasciende todos los límites, medidas, nombres, restos y comparaciones. Es aquello que ves ante ti. Comienza a razonar sobre ella y de inmediato caes en el error. Es como el vacío sin fronteras que no puede ser ni comprendido ni cuantificado.

HuangBo definitivamente no sabía mecánica cuántica ni sobre la teoría de la interfaz y Kant no llegaría al mundo hasta casi mil años después. Sin embargo, sus palabras apuntan a la misma realidad fundamental que seguimos persiguiendo, aunque cada vez con aparatos de pensamiento más robustos. Siempre llegando a esta misma conclusión. No hay nada que vayamos a descubrir sobre la realidad fundamental del universo que se pueda salir de esto. La pregunta que sigue es, ¿cómo afecta esto a nuestras vidas? ¿Qué hacemos con el conocimiento de que somos infinitos y con la misma naturaleza que toda la realidad? 

No te pierdas la próxima entrada en Pequeñas avalanchas.

Para saber más:

-Crítica a la razón pura de Immanuel Kant

-The Case Against Reality de Donald D. Hoffman

-Reality is Not What It Seems de Carlo Rovelli

-The Origin of Consciousness de Rupert Spira

-What’s the Point If We Can’t Have Fun de David Graeber (link)

-On the Transmission of Mind de HuangBo

Si te gustó este artículo, me haría muy feliz que lo compartieras con tus amigos y amigas. Si quieres leer más puedes seguirme en Twitter. Y si te gusta mucho lo que escribo, puedes contribuir al crecimiento de esta página o invitarme un café por medio de Ko-fi.

Deja un comentario